A veces pienso que ya se debería acostumbrar a mi naturaleza, pues finalmente, desde el día en que llegué, hice lo mismo. Cuando hay alguien más, simula tranquilidad y hasta un poco de indiferencia, pero cuando solo estamos los dos, no soporta ver que lo hago.
Pero, ¿puedo hacer algo distinto? No me asusta, porque algo dentro de mi dice que puedo e incluso, que debo hacerlo. Lo que soy me arrastra inevitablemente a eso…de hecho, sin hacerlo no sería quien soy. Hay veces en que sale, mira el horizonte y piensa quién sabe en qué cosas. A veces habla solo, otras, solo se fija en el conjunto de estrellas que están ahí mucho más tiempo que el que yo he estado aquí, que seguirán cuando él, yo, este sitio haya desaparecido. Es incluso más curioso que eso: alguna vez oí que le decía a alguien que esas estrellas ya no están, dejaron de estar mucho antes de que yo, de que él, de que este sitio existan, y que eran solamente la luz residual de hace tanto tiempo atrás que no se podía explicar. Pero no sirvo para estas cuestiones tan enredadas, no es mi naturaleza. Casi siempre que viene acá lo veo tomar una copa, mirar el horizonte, y beber lentamente mientras respira y escucha una música que siempre cambia. Cuando se ha relajado, decido hacerle saber que tiene mi compañía, pues finalmente, yo también quiero ver el horizonte, descubrir las estrellas, preguntar cosas, pero sobre todo acompañarle. Finalmente estamos en esto los dos. Y tan pronto me acerco, se asusta, se incomoda, mira a otro lado. Entonces me estiro, camino para un lado, para otro, paso justo delante de sus ojos para que me vea en toda mi extensión, hago gala de quien soy. Y persiste en imaginarse qué pasa en cada una de las casas cuyas luces se ven desde aquí, en las historias que se tejen allí, luego en esas estrellas, en la montaña, en todo lo del día, en todo lo de la noche, en todo lo que ha pasado, en todo lo que vendrá, lo que falta por hacer. Se imagina todo lo que le quite sus ojos de mí, todo lo que le permita no verme, todo lo que le permita no sentirse incomodo. Me divierte verlo incomodo, estresado, preocupado por lo que podría suceder. Hay una posibilidad de desenlace fatal, si, lo sé por instinto, pero no me importa porque confío en ese elemento primitivo que determina mi ser y que impide que suceda lo que él teme. Y lo teme porque él ha perdido esa conexión, no sabe qué puede hacer, no sabe sus límites, ni siquiera puede gritar. La preocupación por el desenlace fatal debería ser mía. Con sorna lo miro una vez más. Inicialmente me mira de reojo, como temiendo que el contacto visual podría desequilibrar el resultado de la evolución y trastocar todo lo que ha sucedido tantas veces, hasta este mismo segundo. Luego me mira fijamente con incomodidad, toma un sorbo más, y entra. Se olvida de las luces, las estrellas, el horizonte, la montaña, el pasado, el futuro, de todo. Entonces, desde mi cómoda posición se que cumplí con mi labor. Me estiro con pereza una vez más, y una vez que el ha entrado, entro yo. Listo. Ahora a acicalarme y a reírme de cuan incomodos se sienten los humanos cuando se confrontan con quienes como yo, un gato, nos mantenemos en contacto con nuestra naturaleza, nuestro instinto, caminando por un borde de veinte centímetros a veinte metros de altura, sin que nos altere lo más mínimo. Finalmente, es lo que somos históricamente, quizás desde el momento en que esas estrellas se volvieron visibles, ciertamente antes de este sitio, de estas personas, de esta historia.
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Noviembre 2023
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