7/12/2020 1 Comentario Desde la distanciaIncesantemente suben y bajan la pequeña colina, sus pies pequeños no lo parecen tanto a la distancia. Desde la cima - si es que se la puede llamar así - se lanzan una vez más, abrazados de un pedazo de cartón y ríen, o aparentemente lo hacen. Se ven sus bocas moviéndose aunque los sonidos terminan opacados por los perros que ladran, los autos que pasan y algún eventual avión que toma esta ruta.
Despreocupados de todo juegan mientras en una cercanía insospechada, aunque marcada con severidad por una alta pared, un sacerdote con una larga túnica negra, quizás de los pocos que aún visten así, camina por el césped cortado y mantenido a la perfección, de manera que simula una verde y uniforme alfombra, dirigiéndose a una silla que siempre surge de manera casi mágica. Junto a él un chico arrastra otra silla. Se sientan en el extremo del jardín, junto a un pequeño muro de enredadera que a su vez se apoya en la pared que los separa de los niños. Comienzan la confesión. Una vez más los movimientos delatan la bendición y las preguntas iniciales. A pocos pasos, transeuntes de todo tipo avanzan por la calle: familias que regresan de la panadería, grupos de adolescentes que juegan, gritan y se ríen, ancianos que lentamente absorben cada gota de sol que la tarde andina puede proporcionar, parejas que pasean a sus perros, perros solitarios. De repente el silencio en todas partes. Un indigente que generalmente hace este trayecto todos los días parece haber ingerido algún tipo de droga hace pocos minutos, y avanza lento e incierto, grita desgarrado, se detiene en media calle, formando el vértice de un triángulo cuya base la forman los niños y el sacerdote que administra la confesión. Comienza a pelear contra imaginarios enemigos, lanza golpes y a continuación agarra su cabeza, quizás los gigantes contra los que pelea - todos tenemos uno, por lo menos, ya lo enseñó Alonso Quijano - lo han herido. Se tambalea. Los niños han ralentizado sus movimientos mientras un adulto que no estaba originalmente con ellos se ha materializado y les señala no moverse. El sacerdote y el chico se han levantado de sus sillas, pero como no se ha otorgado la absolución, están atados aún por un invisible vínculo. Pasan pocos segundos y viene un nuevo grito. Esta vez es un grito de victoria. El indigente parece haber ganado. Da dos rápidos golpes de puño a sus invisibles contrincantes, grita por tercera vez, y continua su camino, tan tranquilo como todas las tardes. Ha roto el triángulo que coronaba y con ello ha puesto en acción a todo su entorno. Los niños continuan lanzándose por la colina con rapidez y risas, aparentemente sin reparar en lo que acababa de suceder a pocos pasos. Confesor y confesado, tras los altos muros, continuan hablando de los pecados, la absolución, el compromiso de no cometerlos más y la redención para todos. Los enemigos invisibles han quedado tirados en el piso, y su vencedor ha quedado tan solo como todas las tardes. Quizás los buscará nuevamente, cuando en su soledad y abandono no encuentre juegos ni redención posible.
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Noviembre 2023
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