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29/6/2015 0 Comentarios 29 de junio, 2015![]() ALBIN EGGER – LIENZ No lo conocía hasta esta mañana, pero apareció en medio de la sucesión de hipervínculos que marcan la cotidianidad virtual en que vivimos, y en la que a veces refugiamos el poco deseo por burocratizar nuestros días. Así, por un click me enteré de una exposición en Viena, lejos de este lluvioso Quito, aunque cercana por una creciente necesidad de mirar pinturas. Un pequeño icono en la noticia me llevo a un par de pinturas, muy pequeñas para ser apreciadas. El intento visual-virtual por globalizar al pintor tirolés de los años 20 del siglo XX fracasó. No así su música. Asociar nombres propios y música es un recurso romántico, trillado, y no fue lo que ocurrió en este caso. La sucesión de vocales, el guión, la doble “g”, un nombre que inicia con A y termina con Z, son una sucesión de pequeñas notas que comienzan a configurar una música leve, que in crescendo, se volverá brutal. Click en otro hipervínculo y la rápida solución: mirar las primeras imágenes que arrojó el buscador. La música se intensifica, violines que sostienen una nota, un zumbido, tenso y expectante. Albin Egger – Lienz es un pintor brutal por la descarnada realidad de sus trazos. Trabajadores doblados por la ambición y crueldad de sus capataces. Mi poco alemán me lleva a intuir el nombre de la pintura (se que podría buscarlo, pero mi pretensión de traducción conecta mejor con lo observado) Den Namenlosen, “los que perdieron el nombre”. Breve silencio, y explosion de cuerdas e instrumentos de viento. Una sucesión de pinturas. Todas ocres, todas dramáticas. La muerte, el trabajo, la opresión son temas recurrentes en los pequeños iconos que la búsqueda arroja. “La muerte de Cristo” es la de todos, de la esperanza, la nimiedad de la vida en el breve segundo de conciencia y/o existencia. Atrapa y golpea con la simpleza del dibujo y el dramatismo del contenido. Pone en perspectiva los motivos de la cotidianidad. Quizás apretar hipervínculos es la más debilitante forma de irse caminando del brazo huesudo de esa muerte que ronda cada línea de esta obra. Solo graves instrumentos de viento y un cello que tímido e insistente horada el vacío y el silencio. Ritmo lento, desesperado, monótono y debilitante, hacia adelante, siempre sin búsqueda más allá de la supervivencia. Los tonos rojos que por momentos rompen la monotonía del cuadro – o de su reproducción digital al menos – solamente resaltan tal desesperanza. Mirar a otro lugar como una forma de reafirmar el encadenado destino que lleva a reconocer como único líder a la muerte. Dos más. Desolación oculta tras la pretensión coqueta del bienestar. Los signos de la modernidad y desenfado se confunden con la profundidad de la mirada que desconfiada indica sin emoción que hay un inminente peso tras la aceptación, sin más, del mundo que hay que vivir. Lo dice desde un cuadro, ausente e involucrada. La última estrofa es la muerte. Acechante y construida por la sabiduría de los años, por la dureza de los días, los recuerdos distantes y los anhelos ya desechados, solamente remite a un tenaz rasgado de las cuerdas del cello. Después nada. Silencio. |
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Noviembre 2023
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