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16/6/2021 3 Comentarios IntersecciónCaminaba cansado y trataba de descubrir dónde estaba. Tras horas incontables, kilómetros innumerables, casi no sabía quién era.
Había iniciado el camino cargado de equipamiento sofisticado y, presumía, suficiente. Erguido y con cada músculo de su cuerpo en tensión, listo, creía, para lidiar con el rigor del camino. Portaba también una dosis de arrogancia, pues, ingenuamente, se veía a sí mismo como el único capaz de resolver la incertidumbre del sendero no descubierto. La presunción, la creencia y la ingenuidad, con el trayecto, se convirtieron en la constatación de su insuficiencia y limitaciones. El equipo se volvió pesado e insoportable; no importó más la ligereza del material o la ergonomía del diseño, se volvió pesado e incomodo, y lo abandonó junto a un árbol solitario poco después de un arroyo. Su cuerpo cedió también. La energía inicial se transformó paulatinamente en agotamiento. Cuando comenzó el viaje, cada final de jornada traía descanso y sueños que le devolvían la emoción y la energía. Poco a poco estos se convirtieron en grandes borrones negros en su memoria, vacíos de historia, sonido o emoción, marcados por el rigor de la jornada que se reproducía incesantemente en las horas escasas en que el cuerpo agotado colapsaba sobre si mismo, sin lograr recuperarse jamás. La fortaleza dio paso al agotamiento y el cuerpo que antes se fortalecía a cada paso, invirtió su función, y ahora, sus células buscaban energía en los rezagos de músculo que quedaban, en lo poco de humanidad que restaba en aquel cuerpo. La arrogancia con que, en los primeros días, abordó el camino, se desplazó por una inseguridad que lo comenzó a abarcar todo. Cuando lo inimaginable, sin respiro y con violencia, lo detuvo y se asfixió en sus lágrimas y desesperación, la bizardía de sus primeros pasos desapareció irremediablemente. Solo quedó la dubitativa necesidad de continuar confrontada, constantemente, a la complaciente e insulsa seguridad de la complacencia. Las razones para su camino se habían difuminado casi completamente, y cada día le tomaba más tiempo encontrarlos en un deseo de trascendencia cada vez menos presente. Era un finísimo hilo el que conectaba voluntad y acción. Así llegó a un cruce de caminos. Desierto y carente de cualquier signo, ponía frente a él tres senderos posibles, y la angustia de saber que una mala elección acarrearía el fin trágico a un camino que ya se había convertido en aquello que era inimaginable cuando lo inicio, tanto tiempo/espacio atrás. Una fiebre ya conocida lo atrapó y con ella se desplomó de cualquier manera en el polvoriento cruce que marcaba la incertidumbre, En el borrón negro que ahora eran sus momentos de sueño surgió algo: un sonido. Como en Tolkien, la música comenzó un acto creador. Ese sonido primigenio fue sucedido por otro y por varios que se acoplaron con esa voz clara y directa que cantaba aquello que se había impregnado en su ser. En el breve y febril sueño, reconstituyó el sentido de su viaje. Cuando despertó, se incorporó con dolor y pesadez - no sabía cual de estas sensaciones era la predominante - y aun afiebrado, sucio y desgastado, busco en la memoria fugaz que sucede al sueño, para capturar el elusivo sentido que esa canción le había dejado. Con dificultad dio un paso más y se encaminó hacia el que, ahora, sería su destino.
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4/2/2021 0 Comentarios Ritmo y silencioLentamente se superponen las dos respiraciones en la semi penumbra, Profundamente entra el aire y con la misma placidez lo deja, y en el intermedio de una, se escucha la otra, con una cadencia más breve, pero igualmente abandonada al descanso. Con una tenue luz que se filtra por un costado de la habitación, es posible intuir la construcción de de universos increíbles, recuerdos felices y pacíficas imágenes, todas resumidas en la pequeña sonrisa que esboza al darse la vuelta. En apenas cuatro años, ha descubierto la fórmula para que nada pueda ser perturbado y ha logrado que el mundo sea nuevamente armónico. Sus pequeños pies, cansados de correr y saltar innumerables horas en un largo día, se estiran y acarician a su compañero de cama. Desde la adustez que le permite haber llegado a la mitad de su vida, con gustos que no pueden ser cuestionados ni desatendidos, retoza en la caricia y profundiza su respiración. Con flexibilidad imposible de emular en otra especie,
Y el compás intercalado de los cuatro años humanos y los siete felinos, continua mientras cada uno disfruta la tranquilidad del silencio, del calor y la noción de que nada puede perturbar ese momento. Desde tal abandono, el mundo externo y sus presiones son insensatas, pues nunca lograrán ser importantes como la sencilla felicidad. de estirar el pie y acariciar un gato que a su vez se solaza en la caricia. Viene una vuelta más y unas palabras que no se entienden, pero que dejan la certeza de que hay un diálogo distante. en ese etéreo mundo. Un diálogo que termina con una sonrisa más y que es respondido con una pata que se estira para abrazar con delicadeza ese pie.
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Noviembre 2023
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