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Cuentos, ideas.

20/11/2021 3 Comentarios

01:46

El silencio interrumpido solo por el zumbido de algún aparato electrónico. La calma del final de muchos días en que la ansiedad lo envolvía todo, como la niebla que afuera, morosa, oculta la montaña, las luces lejanas, y que, parecería que hasta amortigua el ruido del motor del único auto que se mueve en una calle que nadie transita a esta hora (¿cuál será esa historia).

Semi - penumbra y muchas imágenes: pienso en el haiku sobre la rana saltando en el charco, bajo la luz de la luna, mientras mis oídos "espían" el croar que viene desde un sitio indefinido; unas plantas de hojas recogidas que se abrirán al sol puntualmente, apenas salga; el respiro acompañado de la certeza que este momento, 1:46, no hay ideas por sistematizar, conceptos que aclarar, papeles por entregar, personas por cuidar… solo zumbido, niebla y ranas. 

De repente hasta eso para. Aprieto publicar. 
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28/5/2021 3 Comentarios

Algoritmo

Le invade la sorpresa mientras ve, con letras de colores, el libro de maternal:  "Algoritmos". 
- ¿Cómo alguien tan pequeño puede aprender algoritmos -  piensa, mientras que del otro extremo de la pequeña mano que se agarra a él surge una voz que, como siempre, le pide un helado. Piensa por unos momentos en Zuckerberg, en todas las aplicaciones digitales, en los anuncios de internet, pero un segundo más de distracción implicará un helado en el piso y los problemas consiguientes.

A la mañana siguiente se despierta y con sueño prepara un café mientras alguien en la radio relata con monotonía las noticias del día - que en realidad son las del día anterior. Automáticamente se lava la cara, se viste y comienza su trabajo. Regresa a casa con los últimos rayos del sol y tras algunas actividades banales, se acuesta a dormir. Horas después se despierta y con sueño prepara un café. Automáticamente se lava la cara, se viste y… no repara en nada más, mientras en el fondo, la monótona voz de la radio explica una vez más lo sucedido hace 24 horas. Y así, continua su día, y su tarde y su noche.

Una mañana la radio no funciona y eso hace que el café pierda familiaridad, y por lo tanto, lo deje a la mitad. Su tiempo, cronometrado según la publicidad del noticiero, se altera y al no escuchar el anuncio del "mejor auto que se encuentra en el mercado", no sale de la casa. Esos minutos de retraso se duplican al encontrarse con - hasta ahora desconocido - atasco para salir del edificio, y el retraso se duplica nuevamente en el camino que a otra hora lo recorre casi en solitario. Llega tarde, pero aquel día todo se altera. El día es muy corto para ciertas actividades, muy largo para otras, y asemeja a un traje heredado, en el que absolutamente nada está donde debe estar. 

Cuando en el camino de regreso - más tarde que de costumbre - escucha música desde la aplicación que "inteligentemente" arma una lista a partir de sus preferencias, comienza a sonar un ritmo que considera desagradable, no le presta atención y aprieta "next", dos canciones después, otro artista en el  que nunca en su vida había reparado, comienza a cantar en un idioma indescifrable, "next". Cuando por tercera ocasión debe saltar la canción porque un émulo de los anteriores aparece en sus parlantes, se molesta y en el semáforo toma el teléfono para descubrir qué - y el "qué" lo piensa con tono despectivo - es lo que suena. "Me dañaron el algoritmo", piensa con enojo, mientras recuerda la conversación con sus amigos sobre la música que, a sus cuarenta años, ya no escuchan y les resulta solo un eco lejano en las conversaciones de quienes dos o tres generaciones por debajo, se cruzan en su cotidianidad. 
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Y tan pronto lo piensa vuelve al ejercicio de los puntitos de color que se alternan en secuencia, dibujado en el libro de maternal, en donde su hija completaba el algoritmo. Hasta ese momento él había pensado en tal palabra solo como algo  inserto en la programación de sus aplicaciones, pero extravagante e innecesario para esos escasos cinco años.

Atrapado en una intersección que en otras horas la cruzaba sin problema, reflexionó sobre esas secuencias: la cotidianidad individual unida a la de vecinos, familiares, desconocidos… de la humanidad entera; multiplicada en el tiempo, hacia el pasado y también hacia el futuro, creando un gran algoritmo discernible solo para quien pudiera mirar las secuencias y discernir sus puntos, comprendiendo que su sencillez es aparente, que son en realidad insondables.

​
El rojo dio paso al verde, como sucede en esa esquina cada cuarenta y cinco segundos, desde quién sabe cuándo  y dobló por la calle que le devolvía a su casa. Tras parquearse optó por eliminar las canciones y artistas que le habían disgustado, se acostó pronto y pensó en retomar el lugar apropiado en ese algoritmo al que, termino por aceptar, pertenece como cada miembro de la especie, como cada habitante de este y de todos los tiempos. 

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4/2/2021 0 Comentarios

Ritmo y silencio

Lentamente se superponen las dos respiraciones en la semi penumbra, Profundamente entra el aire y con la misma placidez lo deja, y en el intermedio de una, se escucha la otra, con una cadencia más breve, pero igualmente abandonada al descanso.

Con una tenue luz que se filtra por un costado de la habitación, es posible intuir la construcción de de universos increíbles, recuerdos felices y pacíficas imágenes,  todas resumidas en la pequeña sonrisa que esboza al darse la vuelta. En apenas cuatro años, ha descubierto la fórmula para que nada pueda ser perturbado y ha logrado que el mundo sea nuevamente armónico. Sus pequeños pies, cansados de correr y saltar innumerables horas en un largo día, se estiran y acarician a su compañero de cama. 

Desde la adustez que le permite haber llegado a la mitad de su vida, con gustos que no pueden ser cuestionados ni desatendidos, retoza en la caricia y profundiza su respiración. Con flexibilidad imposible de emular en otra especie,
al inspirar se estira y revela su ancestral diseño de depredador, y dos segundos después, con la expiración, retrocede a ser un indefenso gatito enrollándose sobre si mismo, cabeza escondida entre sus patas delanteras, las traseras y la cola en un ovillo. Abandonado al cuidado de esa caricia, desde un sueño imposible de perturbar, responde con un ronroneo perezoso. 
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Y el compás intercalado de los cuatro años humanos y los siete felinos, continua mientras cada uno disfruta la tranquilidad del silencio, del calor y la noción de que nada puede perturbar ese momento. Desde tal abandono, el mundo externo y sus presiones son insensatas, pues nunca lograrán ser importantes como la sencilla felicidad. de estirar el pie y acariciar un gato que a su vez se solaza en la caricia. Viene una vuelta más y unas palabras que no se entienden, pero que dejan la certeza de que hay un diálogo distante. en ese etéreo mundo. Un diálogo que termina con una sonrisa más y que es respondido con una pata que se estira para abrazar con delicadeza ese pie.
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